martes, 24 de mayo de 2011

Adaptación Toda clase de pieles

 Adaptación del cuento folclórico Toda clase de pieles


Había una vez, en las tierras de Castilla La Mancha, un reino donde vivían unos Ratones Príncipes que querían tener un hijo. Pasaron algunos años hasta que la Reina María se quedo embarazada. Estaban muy contentos y felices, y tenían todo preparado para cuando llegara el bebé. La reina María dio a luz a una niña preciosa, más bonita que su propia madre. Era muy pequeñita, tenía el pelo moreno y los ojos verdes, tan grandes y brillantes como el sol. La reina María había deseado durante mucho tiempo tener un bebé, al final lo consiguió, pero cuando el día llegó, un ángel se le apareció y le dijo que debía cambiar su vida por la de su bebé y ella acepto. Antes de que pasara todo, le dijo a su marido Carlos que tendría que buscarse otra esposa para seguir compartiendo su vida y cuidar a su hija. Solo le pidió una cosa, que la ratita con la que se casara tendría que ser más bonita que ella.
Pasaron unos años y Violeta se hacía cada vez más mayor y más hermosa. Su padre seguía buscando una mujer para casarse con ella, buscó y buscó por otros reinos más cercanos pero no encontraba a ninguna ratita que fuera más bella que su mujer. Y mientras el padre buscaba, Violeta crecía y cada vez más bella

Carlos llegó a la conclusión de que no encontraría jamás a una ratita más bonita y hermosa que su mujer, solo había una que la superaba y esa era su hija Violeta. Entonces habló con ella y la contó lo que pasaba. Él le dijo que aunque no fuera su marido, que se quedara cuidándole hasta el fin de sus días e hiciera la misma labor que su madre. A Violeta no le gusto lo que su padre le había dicho, ya que ella quería encontrar a un príncipe, joven y guapo, para casarse con el, y no estar atada para siempre por su padre. Pero tampoco sabía como decirle a su padre que no, ya que estaba solo y la entristecía verle así. Entonces, Violeta fue a hablar con su papá, Carlos, y le dijo que sí, que se quedaría con él, pero para que eso sucediera le tendría que hacer tres lazos para su hermosa colita, ya que los que tenía eran muy pequeños y antiguos. Los tres lazos debían de ser los más bellos del mundo, el primero  tenía que ser de un color tan plateado, como la luna, realizándole con plata, el segundo de un color tan dorado como el sol, con el mejor oro que existía, y el tercero de un color tan brillante como las estrellas, con los diamantes mas valiosos y hermosos del mundo. Carlos aceptó ya que tenía a su disposición a la mejor costurera del reino y podía hacérselos sin ningún problema. Empezaron a hacer los lazos más hermosos nunca vistos, hermosos como su hija Violeta. Y Violeta, mientras tanto, podría disfrutar de su juventud y libertad, y porque no, poder encontrar a un joven para casarse con él.

Pasó mucho tiempo, pero un día Carlos llamó a Violeta para enseñarle los tres lazos más bonitos del mundo, y ella se quedó sin palabras al ver la preciosidad de los lazos. Papá Carlos le dijo que ya podían llevar una vida unida para siempre, pero Violeta le dijo a su padre que deseaba hacer una última cosa antes de estar con él para siempre.
Violeta le pidió un poncho para abrigarse cuando tuviera frio, pero con una condición, que el poncho tenía que estar hecho de todo tipo de flores de colores de todo el mundo. Papá Carlos se puso manos a la obra para cumplir con lo que su hija le había pedido y se recorrió casi todo el mundo él sólo para conseguir toda clase de flores de colores, para poder hacerle el poncho.

Pasó mucho tiempo hasta que Carlos llegó un día con el poncho para Violeta. Ella, asombrada, vio el poncho más impresionante que había visto nunca. Era precioso y con muchos colores. Carlos decidió que ya era hora de empezar una nueva vida juntos. Pero Violeta se empezó a preocupar, ya que no había otra alternativa. Pero Violeta no estaba dispuesta y decidió huir. Antes de marcharse metió en una cestita los tres lazos, el lazo plateado como la luna, el lazo dorado como el sol y el lazo brillante como las estrellas. Se puso las tres pulseras que eran de su madre y la capa de todo tipo de flores para que nadie la reconociera en mitad de la noche. Llegó hasta otro reino, que estaba muy lejos del suyo, para que nadie le reconociera y le volvieran a llevar de nuevo a su casa. Pasaron muchos días en tierras extrañas de Extremadura y no sabía ni por donde se andaba, estaba perdida y desorientada. Comía muy poco, ya que era una princesa y no sabia hacer nada, ni pescar, ni cazar…. Solo comía las pocas plantas que veía y Violeta se quedó muy delgada. La pobre estaba hecha una pena, con el pelo tan precioso que tenía, largo y rizado, y con esos ojos que parecían dos luceros, que apenas se podían apreciar bien por la suciedad de su cara. Un día, Violeta empezó a escuchar ruidos extraños y decidió esconderse para que no le reconocieran, pero como era muy impaciente quiso saber de que se trababa. Eran un grupo de ratones que estaban dando un paseo. Uno de ellos dijo a los demás que había un olor raro, y mientras Violeta estaba escondida, el ratón decidió ir a ver de donde procedía tan repugnante olor y llegó hasta donde estaba Violeta escondida. Le preguntó que quien era y que hacía allí tan sucia y con ese poncho tan sucio. Ella no decía ni una palabra, estaba asombrada de la belleza del joven ratoncito, de sus dientes tan blancos y afilados y de su colita larga y respingona. El ratón insistía en saber quien era y de donde era, pero ella le dijo que no se acordaba, que siempre había estado en aquellas tierras. Ella no quería decirle nada para que el ratoncito no le llevara de vuelta al reino de su Padre.
El ratoncito le dijo que él era el dueño de todo el reino de Extremadura y que estaba dando un paseo con unos amigos para ver como iba la siembra. Le dijo que le iba a llevar a su palacio, porque no podía quedarse sola en medio del campo, ya que algún cazador le podría hacer daño. Ella no quería, pero él insistió en llevarle e insistió en que trabajara para él. Violeta, la ratita, cedió y se fue con él prendida de amor y en ese momento no le importó si alguien la reconocía, ya que se había quedado perdidamente enamorada del ratoncito.
El ratón, lo primero que ordenó fue que le prepararan una habitación, que se aseara y después le comento que trabajaría en la cocina. Ella estaba preocupada, no sabía cocinar ni nada, por suerte tenía a un cocinero que era mucho mayor que ella, un poco ogro y regañón, pero era buena persona y le ayudaría a cocinar.

Violeta se ponía un sombrero en la cabeza para que nadie le reconociera y no levantaba la mirada para no llamar la atención de nadie, ya que era la ratita más bonita de todos los reinos del mundo. Se había enamorado del Príncipe Ratón y estaba contenta de estar allí, junto a él, pero a la vez triste porque estaba muy delgada, con el pelo sucio y se tapaba todo lo que podía para que no supieran quien era. Ella sabía que así el príncipe nunca se fijaría en ella.
           
                         
Pasaron años y todo seguía igual, ella era la sirvienta del Príncipe y toda la gente del palacio le quería mucho.
Los padres del Príncipe pensaron se estaba haciendo mayor y decidieron hacerle una fiesta a la que invitarían a todas las ratitas más bonitas de los reinos vecinos y eligiera a una como esposa. Decidieron que la fiesta duraría tres días. Cuando Violeta se enteró de la fiesta de pedida del Príncipe se entristeció mucho, ya que ella no podría nunca ir a la fiesta, decir quien era y casarse con él.

El primer día llegó y Violeta se pasó todo el día en la cocina preparando la comida para la fiesta. Cuando terminó su trabajo le pidió al cocinero mayor que le dejara ir solo un rato al banquete, porque quería ver como era el baile, que nunca lo había visto y le hacía mucha ilusión. El cocinero mayor le dijo que no, pero después cedió y le dejó ir un ratito, con la condición de que volviera enseguida, que todavía quedaba por preparar el caldo que tomaba el Príncipe antes de irse a la cama.
Violeta se fue corriendo a su habitación, se peinó, se lavó la cara y la colita, y se puso el lazo plateado como la luna. Se presentó en el baile, bien arreglada, con su melena rizada y su lazo plateado como la luna en su colita. Toda la gente se quedaba mirándola asombrada, no tenían ni idea de quien era. El Príncipe, en ese momento estaba bailando con otra ratita, pero en el momento que la vio fue a pedirle que bailara con él. Bailaron un buen rato y Violeta le dijo que también tenía que bailar con otras ratitas, pero el Príncipe estaba muy contento y feliz con ella y no quería bailar con otras.
Violeta se dio cuenta de que se hizo tarde y le dijo que lo sentía mucho pero que se tenía que marchar. Inmediatamente volvió a su habitación, se quito el lazo plateado como la luna, se manchó el pelo, la cara y la colita, y se puso el sombrero en la cabeza. Cuando llegó a la cocina, el cocinero mayor le regaño mucho por haber llegado tan tarde y le mandó preparar el caldo del Príncipe. Ella le obedeció e hizo la sopa como siempre, pero echó en el plato una de las pulseras de su madre. Le llevó la sopa a la habitación y se marchó. El príncipe ratoncito se quedó sorprendido de lo buena que estaba la sopa esa noche y cuando la estaba terminado noto algo que había en el fondo del plato, era una pulsera. Se quedo sin palabras, la seco y la guardó. Bajó a la cocina y le preguntó al cocinero que si había hecho el la sopa, y el cocinero le contexto que sí y le dio la enhorabuena.
Al día siguiente se celebraría el segundo baile y Violeta volvió a pedirle al cocinero si podía ir un ratito, pero le dijo que no por lo sucedido el día anterior. Finalmente cede y le deja ir un ratito. Violeta se fue corriendo a su habitación, se peinó, se lavó la cara, la colita y se puso el lazo dorado como el sol. Se presentó en el baile, bien arreglada, con su melena rizada y el lazo dorado como el sol. El Príncipe le vio entrar, se dirigió a ella y le preguntó su nombre y su procedencia. Violeta no le quiso contestar, decidió irse antes y dejó al príncipe bailando con otras ratitas. Volvió a su habitación, se quitó el lazo dorado como el sol, se mancho el pelo, la cara y la colita, y se puso el sombrero en la cabeza. Cuando llegó a la cocina, el cocinero mayor la regaño mucho por haber llegado tan tarde y la mandó preparar el caldo del Príncipe. Ella le obedeció, ya que lo hacía con todo el cariño del mundo y volvió a meter otra pulsera de su madre. Le llevó la sopa al príncipe, él se la comió y al llegar al final del plato se dio cuenta de que había algo, vio que era una pulsera. La secó y la puso al lado de la otra pulsera, y se dio cuenta de que eran muy parecidas. Volvió a bajar a la cocina y le preguntó al cocinero que si había hecho el la sopa y le contesto que si. El príncipe se marcho a dormir.
El día siguiente llegó y era el último día del baile, en el que el príncipe tenía que decidir con que ratita se iba a casar. Ese día las princesas iban a ir con sus mejores lazos y sus mejores joyas. Violeta le pide al cocinero por tercera vez si le deja ir al baile y el cocinero le dice que no, porque el día anterior había llegado muy tarde pero al final cedió. Violeta se fue a su habitación,  Se limpio, y se arreglo más que ninguno de los dos días anteriores. Se puso el lazo brillante como las estrellas, que era  gigante. Cuando Violeta entró en el baile todos la miraban como si fuera la reina, era la protagonista de la fiesta, iba realmente bella. Con ese lazo tan precioso, nunca antes visto, las otras ratitas sabían que el Príncipe le iba a elegir a ella
Mientras bailaban, el Príncipe sigue insistiendo en saber quien era porque quería casarse con ella. Violeta se pone nerviosa y se encuentra muy incómoda. Antes de marcharse, el Príncipe aprovecha para ponerla en la mano las pulseras y Violeta se marchó sin darse cuenta de que le había puesto las dos pulseras.
Vuelve a su habitación y se cambia como las otras noches, le prepara la sopa al Príncipe, mete la última pulsera de su madre y se la lleva a su habitación. El Príncipe le estaba esperando y le pide que se quede hasta que termine la sopa, y ella, sin mirarlo, se queda quieta a su lado. El Príncipe se toma la sopa y cuando llega al final nota que hay algo y es una pulsera parecida a las anteriores. Le pregunta si sabe de quien es  y ella le contestó que no. Se lo vuelve a preguntar pero le vuelve a decir que no. El Príncipe, no conforme se acercó a ella y se la puso. Violeta se dio cuenta de que llevaba las otras dos puestas, ya que se las había puesto esa misma noche, en el baile, cuando ella iba vestida con su lazo brillante como las estrellas.
Entonces el Príncipe le dice que él sabía que no era una criada y necesitaba saber quien era. Él no le iba a hacer daño,  solo quería saber quien era para casarse con ella porque estaba muy enamorado. Violeta decidió contarle toda la historia y al final se casaron y fueron muy felices y comieron perdices.

Adaptado por María García de la Cruz

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